Conocemos el Patchwork, como una técnica, actualmente muy de moda y relativamente reciente, pero sus orígenes se pierden en los orígenes de la historia, habiéndose encontrado restos de este en tumbas egipcias y en el continente asiático y actualmente, se utiliza como técnica artesanal por su versatilidad y belleza y como moda en el vestir y sus complementos; pero no me gustaría dejar de comentar la importancia de esta técnica durante el siglo XVIII.

Durante el siglo XVIII, años de frío, pobreza y hambre, obligaron al desplazamiento y emigración de muchos europeos, al nuevo continente en busca de una nueva vida; la falta de recursos y la dureza del estilo de vida al que se veían sometidos, obligaba a rescatar los pedazos de tela que se encontraban en buen estado de entre diferentes prendas ya deshechas y utilizarlos bien para recomponer otras o crear mantas y prendas de abrigo en el vestir.

De lo viejo y parcialmente destruido, surgía una nueva vida y una segunda oportunidad para dar origen a algo nuevo, si cabe más hermoso y donde aparecía reflejada en cada pequeño recorte de tela, la vida e historia de una prenda y los momentos vividos; podría ser algo así como una metáfora de nuestras vidas.

A veces como un abrigo desteñido y deshecho, nos aferramos a esa parte de nosotros/as mismos/as, parda y gris deshilachados y permanecemos con ella hasta el fin en el olvido, pero no todo es polvo; las experiencias surgen a modo de retales de cada etapa de nuestras vidas y si nos atrevemos a darnos una segunda, tercera o cuarta oportunidad, podemos rescatar estas experiencias a modo de aprendizaje y utilizarlas para diseñar y cocer puntada a puntada, una nueva vida con una personalidad reforzada.

Creo que esta es la filosofía del Patchwork en cuanto a las personas, pero sin dejar de pensar en esto, está la gran belleza de los diferentes diseños y la terapia y satisfacción que supone la creación propia para nuestro uso de estos maravillosos diseños.